Hola a tod@s! Esta vez traigo otro one-shot de Corazón de Melón, de terror y suspense. Lo hice para participar en un concurso del foro del juego^^ Como en el anterior, presentaré a los protagonistas y a los personajes secundarios que aparecen. Algunos ya sabréis quienes son porque también aparecieron en el otro one-shot, pero lo pongo de todas formas por si llega alguien nuevo.
PROTAGONISTAS
Nathaniel: Es el delegado del instituto Sweet Amoris. Un chico de lo más formal y aplicado en sus estudios y tareas. Es el hermano de Ámber, quien es totalmente opuesto a él.
Sucrette (foto no disponible): Es el nombre que recibe la chica que protagoniza el juego y que estudia en el Sweet Amoris. Es una compañera de clase como cualquier cosa. En esta historia, denota un carácter misterioso.
PERSONAJES SECUNDARIOS (no es necesario especificar demasiado de ellos, dado que no tienen especial relevancia en la historia)
Ámber: Estudiante del instituto Sweet Amoris y hermana de Nathaniel.
Castiel: Estudiante del instituto Sweet Amoris. Es por excelencia el archienemigo de Nathaniel, por diversos motivos ocurridos en el pasado.
*Tanto los dibujos de los personajes como sus distintas personalidades son obra original de ChinoMiko, creadora de Amour Sucré (Corazón de Melón).
Eso es todo, ahora...¡a leer! :3
En
aquella tarde de miércoles, la directora abandonó el instituto antes que
Nathaniel. Ella debía hacer algunos recados, así que le ordenó al delegado que
cerrara la puerta en su lugar cuando éste terminara su tarea. Él, como de
costumbre, no presentó ninguna queja al respecto. Simplemente se limitó a
finalizar la clasificación de aquel puñado de expedientes que tanto tiempo le
había tomado organizar.
Salió
de la sala de delegados para encontrarse con el pasillo, oscuro y solitario.
Anduvo entre la penumbra en dirección a la salida, cuando de repente, unos
ruidos escalofriantes penetraron hasta lo más profundo de sus oídos.
Llantos,
chillidos, quejas. Una multitud de voces desesperadas que suplicaban ayuda.
Nathaniel
se detuvo en seco, escuchando atentamente. ¿Quién
se ha dejado encendido el proyector? Preguntó para sus adentros, creyendo que
podría tratarse de algún profesor despistado. Así pues, dio media vuelta y se
dirigió al interior del pasillo, en busca del aula de la que provenían los
sonidos.
-Por
favor…- Suplicó una de las voces, muy deformada y aguda.- Nath…
El
corazón le dio un vuelco. ¿Era su nombre lo que había oído? ¿Realmente alguien
le estaba pidiendo ayuda como si su vida dependiera de ello? De ser así,
resultaba imposible quedarse de brazos cruzados. Abrió bruscamente la puerta
del aula sin importarle el ruido que produjo. Y dentro se encontraba alguien.
Ella,
con su melena larga blanca y su mirada color esmeralda, penetrando en la del
joven de cabellos dorados. Ella, con la tez más blanca que de costumbre. Ella,
con una expresión vacía y perdida en el infinito.
-¿S-Sucrette?
¿Qué haces aquí a estas horas?- Preguntó Nathaniel extrañado.
-Hay
que salvarlos. Nos necesitan.
Agarró
de la mano al delegado y lo llevó hacia el fondo del pasillo. Le apretaba la
muñeca con fuerza y sin ningún tipo de empatía, únicamente centrada en su
objetivo: llevarlo hasta donde debía. Donde su poseída alma le ordenaba.
-¿A
dónde vamos?- Quiso saber Nathaniel, cada vez más nervioso por lo que pudiera
ocurrir.
Sucrette
no le dirigió ni media palabra, y él sólo quería liberarse de su mano y huir
corriendo a la velocidad de la luz. Pero por alguna razón le faltó el valor
para hacerlo, puesto que su cuerpo prácticamente no respondía. Los pálpitos de
su asustado corazón sonaban cada vez más fuertes.
Las
voces persistían, tan espeluznantes como psicofonías.
Cuando
llegaron al final del pasillo, se detuvieron frente la vieja puerta
entreabierta de madera que conducía al sótano. La joven se lanzó a los brazos
del muchacho, abrazándole mientras ahogaba varios sollozos de temor en su
pecho. Su llanto se acopló a los de la multitud, cuyos chillidos desesperados
se encontraban ya excesivamente cerca. Varias gotas de sudor comenzaban a caer
de la frente de Nathaniel, quien miró con temor las empinadas escaleras a
través del hueco de la puerta. No quería ser él quien averiguara lo que había
allí abajo.
Pero
antes de que él pudiera advertirlo, un súbito empujón decidió por él. Cayó
rodando y golpeándose varias veces con los cantos de los escalones: en el
brazo, en la rodilla, en la espalda, en la cabeza…hasta terminar extendido en
el suelo del sótano. Incluso antes de poder mirar más allá de él, supo que dar
media vuelta ya no era posible. De hecho, no lo fue desde el momento en que
abandonó la sala de delegados.
Allí
yacían prácticamente todos los alumnos del instituto, pero lamentablemente, ninguno
de ellos podía darle una explicación. Estaban encerrados individualmente en una
especie de tubos de cristal repletos de agua. Sus cuerpos inertes flotaban
cabizbajos y sin vida. Las desesperadas voces, tan presentes como el temor del
muchacho, se reproducían en un viejo casette que permanecía escondido en un
extremo.
Con
un nudo en la garganta fue observándolos uno por uno, y se detuvo al ver el
rostro apagado e inexpresivo de su hermana. A su lado, el de Castiel, con las
mismas características. En aquel momento no le importó lo más mínimo el odio
que compartía con el pelirrojo, ni siquiera aquella mala relación con Ámber
desde tiempos inmemorables. Simplemente una sensación de ahogo le estaba
invadiendo y le impedía moverse, porque aquel enfermizo crimen era mucho más
real que cualquier novela policiaca.
Antes
de poder llamar a Sucrette, un fuerte golpe en el suelo le dio la respuesta. Un
tubo de cristal cayó desde el techo, abriendo en éste un enorme agujero del
cual se despedazaban trozos de cemento. En el interior del recipiente se
encontraba ella, con su melena albina flotando lentamente en el agua.
-No…-
Susurró Nathaniel con la voz entrecortada.
En
el momento en que relacionó conceptos, volteó el cuello prácticamente por
instinto. Sólo encontró una espeluznante ausencia.
La
Sucrette que lo había arrastrado hasta allí y que posteriormente había llorado
desconsolada en su pecho, no era la misma que yacía en el interior del recipiente.
La segunda era la verdadera, con quien compartiría el mismo destino en muy poco
tiempo. La última prisión de cristal que aguardaba más allá del techo tendría
al fin su ansiado dueño.
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